26 de Octubre de 10 NE
Sobre la mesa destaca un pequeño papel amarillo, de esos creados para esconder el trabajo que realizan los diseñadores de monitores de ordenador o neveras. La mesa forma parte del mobiliario de un cuarto habitado por una adolescente, una mujercita de las de cama escondida bajo un alud de muñecos de peluche de todas las formas y colores. Una mujer, entrada en la cincuentena, llora en la puerta. La niña, su niña no ha dormido esa noche en casa. La abandonó en la noche. Y, sin embargo, el cuarto, el cuarto de su niña, parece que lleve mucho tiempo abandonado, sin vida, como un museo. Todo está en su lugar, todo en su sitio, todo donde se supone que debería estar, todo salvo ese pequeño papel amarillo que destaca sobre la mesa.
La Policía, como ya se imaginará el lector, ha comunicado a la sufrida madre que enviará a una patrulla a la casa. La mujer se arregla, no quiere que los extraños la vean en bata. La madre tiene miedo, se acerca al pequeño papel amarillo, pero no lo toca, no quiere leerlo. Y la mujer piensa, desea que su hija se haya escapado esa noche para irse de fiesta con las amigas. Y la mujer desea, piensa que su hija quizás se haya levantado temprano y haya ido a comprar algo para desayunar y sorprenderla. Y la mujer no quiere creer, le aterra la idea de pensar que su hija se ha escapado, que su hija ha sido secuestrada, que a su hija le ha pasado algo malo. Y por malo entiéndanse los peores augurios que pueda tener una madre cuando su hija ha desaparecido.
Los minutos pasan lenta pero inexorablemente. Parece que ha transcurrido una eternidad cuando la policía llama a su puerta. Se atusa un poco los cabellos y se dirige a la entrada. Dos mujeres uniformadas pasan al interior. Tras las preguntas obvias, casi intrascendentes, de rigor, las dirige al cuarto de su niña donde el tiempo se ha detenido. No se ha llevado ropa, la maleta sigue debajo de la cama, llena de polvo. Nada destacable y sin embargo nada cuadra para una desaparición voluntaria. Finalmente llegan al escritorio, donde yace el pequeño papel amarillo. La madre no quiere leerlo, por miedo sin duda, pero las policías ya están más curtidas. Sólo son cuatro palabras: YO SOY LA LUZ.
Sobre la mesa destaca un pequeño papel amarillo, de esos creados para esconder el trabajo que realizan los diseñadores de monitores de ordenador o neveras. La mesa forma parte del mobiliario de un cuarto habitado por una adolescente, una mujercita de las de cama escondida bajo un alud de muñecos de peluche de todas las formas y colores. Una mujer, entrada en la cincuentena, llora en la puerta. La niña, su niña no ha dormido esa noche en casa. La abandonó en la noche. Y, sin embargo, el cuarto, el cuarto de su niña, parece que lleve mucho tiempo abandonado, sin vida, como un museo. Todo está en su lugar, todo en su sitio, todo donde se supone que debería estar, todo salvo ese pequeño papel amarillo que destaca sobre la mesa.
La Policía, como ya se imaginará el lector, ha comunicado a la sufrida madre que enviará a una patrulla a la casa. La mujer se arregla, no quiere que los extraños la vean en bata. La madre tiene miedo, se acerca al pequeño papel amarillo, pero no lo toca, no quiere leerlo. Y la mujer piensa, desea que su hija se haya escapado esa noche para irse de fiesta con las amigas. Y la mujer desea, piensa que su hija quizás se haya levantado temprano y haya ido a comprar algo para desayunar y sorprenderla. Y la mujer no quiere creer, le aterra la idea de pensar que su hija se ha escapado, que su hija ha sido secuestrada, que a su hija le ha pasado algo malo. Y por malo entiéndanse los peores augurios que pueda tener una madre cuando su hija ha desaparecido.
Los minutos pasan lenta pero inexorablemente. Parece que ha transcurrido una eternidad cuando la policía llama a su puerta. Se atusa un poco los cabellos y se dirige a la entrada. Dos mujeres uniformadas pasan al interior. Tras las preguntas obvias, casi intrascendentes, de rigor, las dirige al cuarto de su niña donde el tiempo se ha detenido. No se ha llevado ropa, la maleta sigue debajo de la cama, llena de polvo. Nada destacable y sin embargo nada cuadra para una desaparición voluntaria. Finalmente llegan al escritorio, donde yace el pequeño papel amarillo. La madre no quiere leerlo, por miedo sin duda, pero las policías ya están más curtidas. Sólo son cuatro palabras: YO SOY LA LUZ.
Comentarios
¿Y el secreto de sumario? :P