La Huella (Sleuth)


La actual fiebre de remakes no tiene fin, normalmente se centran en películas de acción y/o ciencia ficción, pero tampoco le hacen ascos a comedias o dramas. Puedo entender los remakes cuando el material de partido no es ni mucho menos un clásico del cine, como por ejemplo El Caso de Thomas Crown, cuya nueva versión El Secreto de Thomas Crown es incluso superior al original. Lo que no acabo de comprender es el rehacer auténticos clásicos u obras maestras como Psicosis o La Ventana Indiscreta. Este tipo de operaciones siempre me han parecido suicidios asegurados porque las comparaciones son siempre odiosas. Y sin embargo se siguen haciendo porque indudablemente suelen ser muy rentables.

Todo esto viene a colación del estreno del remake de La Huella, film del año 1972, obra póstuma de Joseph L. Mankiewicz a partir de la obra de Anthony Schaffer (Amadeus) adaptada por el propio autor e interpretada por Michael Caine y Laurence Olivier. La nueva versión tiene una ficha técnica igual de envidiable: la dirección corre a cargo de Kenneth Branagh y la adaptación ha sido escrita por el premio Nobel Harold Pinter mientras que los intérpretes son Jude Law y Michael Caine.

La trama comienza cuando un joven actor es invitado a la casa de un prestigioso escritor de novelas de misterio. Una vez se reúnen comienza un largo diálogo en el que las réplicas y contrarréplicas se suceden a cual más aguda.

Lo mejor que se puede decir del film de Branagh es que supone toda una reinterpretación del material original, tanto estético como de contenido. En la película de Mankiewicz todo gira alrededor de la idea de juego, de las apariencias, de la gran pantomima, dentro de un tono más ligero y con muy acertados detalles cómicos. Sin embargo esta nueva versión tiene un tono mucho más grave y oscuro presente tanto en su puesta en escena como en los personajes. El juego sigue presente, pero la reinterpretación que hace del texto Pinter, le da quizás más importancia a otros factores como por ejemplo un acercamiento homosexual entre los personajes.

La dirección de Branagh también resulta opuesta a lo propuesto por Mankiewicz. El segundo consiguió algo realmente difícil, a saber, que una obra con sólo dos personajes resultara plenamente cinematográfica y aguantara la tensión y el interés durante cerca de dos horas y veinte minutos. Kenneth Branagh siempre se ha destacado por saber adaptar de un modo excelente el medio teatral al cinematográfico, por eso sorprende su elección. El director inglés, en una decisión muy arriesgada, juega a hacer teatro dentro del cine, es decir a realizar un film cinematográfico pero con elementos del lenguaje teatral. El escenario, un personaje más sin duda, es una casa minimalista, con el mínimo de elementos para centrar la atención en los personajes. Además tiene un continuo juego de planos "extraños" e incluso permite que los personajes jueguen con el entorno lumínico, de manera que cada escena tiene su propia luz, elegida en "directo" por los protagonistas. Es una decisión difícil, que no funciona en todas las escenas, pero en general resulta sorprendente y refrescante además de ser un modo muy creativo de conjugar ambos códigos (el del teatro y el cine) desde el punto de vista de la dirección. Como director de actores, Branagh se muestra excelente como siempre.

En el comentario de El Orfanato comentaba que Belén Rueda era la película, en este caso se puede decir lo mismo de Michael Caine. Jude Law está también muy bien, pero lo que ha conseguido Caine es realmente extraordinario. Un personaje complejo, lleno de matices, con un aplomo y una serenidad impresionantes y cuyos silencias y miradas dicen más que muchos diálogos. Además consigue un acercamiento a su personaje radicalmente distinto al realizado por Olivier en la original, y sin embargo a la altura de aquella prodigiosa interpretación.

La fotografía y dirección artística resultan adecuadas y discretas, sorprendiendo el diseño de la casa en la que transcurre la acción y que acaba siendo un personaje más. Por otro lado, Patrick Doyle consigue su mejor partitura en muchos años, alejada de excesos como Eragon, logra un resultado extraordinario basándose únicamente en un tema que recibe diversas variaciones conforme avanza el film. Un gran trabajo a la altura de lo mejor del autor.

En resumen, La Huella resulta un remake estimulante, muy distinto al trabajo original y, sin embargo, complementario, con una dirección atrevida, unas actuaciones para recordar y una sorprendente reinterpretación del texto original, al que le quita cerca de una hora de duración, sin que se resienta de modo notorio el resultado. Pero sobre todo La Huella es la constatación de que Michael Caine, cuando se deja de bobadas como Miss Agente Especial, es uno de los mayores genios de la interpretación que tenemos en la actualidad. Sólo por él debería verse la película, afortunadamente el resto de elementos también merecen la pena.

PD: Imprescindible ver La Huella de Mankiewicz, una obra maestra de las de verdad.
PD2: No os perdáis el curioso cameo que realizan Pinter y Branagh en el film (una pista, atentos a la pantalla de televisión)

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